Siempre pensé cuando estudiaba medicina, que el tratamiento y la relación con un paciente era algo muy personal. Entonces y ahora soy un enamorado del médico de familia. Lo recuerdo como alguien cercano, alguien que cuidaba de toda la familia. Podía hablar con él de cualquier cosa, hasta de las broncas con mi madre. Y siempre tenía la solución correcta. Cuando él no podía resolverlo conocía a la persona adecuada. Mi madre confiaba en él tanto que a veces íbamos solos.

Cuando me inicié en el mundo de la odontología no podía entender de otro modo la relación con mis pacientes. Sin embargo, a raíz de los 80 la atención dental dejó mucho que desear.

Pero atractivo caballero es don Dinero, y al albor de estos años donde lo importante era hacer dinero a costa de lo que fuera, aparecen los consultores de clínicas dentales para optimizar la rentabilidad, personas venidas de los institutos de empresa. Y de pronto el acto médico se convierte en un producto de compraventa como si de zapatos se tratara.

Al hilo de esta corriente han sido muchos los inversores y compañías de seguros que han creado cadenas de clínicas odontológicas con el objetivo de obtener pingües beneficios.

De pronto desaparece el trato humano, el diagnóstico lo hace el comercial de turno, disminuye tiempo de atención, baja la calidad de los materiales y laboratorios, obligan a los profesionales a realizar los tratamientos en tiempo record y remunerándoles por debajo de su valía.

Esto me llevó a crear Dental Attitude un centro de odontología familiar donde prima el acto médico, la honestidad, la empatía, el tratamiento personalizado y familiar, la calidad y el compromiso, la certeza y la vanguardia.

Creamos el concepto del dentista de cabecera.

Y desde entonces más de 2130 familias han cuidado su salud bucal con nosotros.